James Gray, un cisne

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Se podría decir que el caso de James Gray es excepcionalmente único. Su cine se erige con una solemnidad inmaculada, elegante y parsimoniosa en unas aguas, las de Hollywood, en las que todo va a un ritmo mucho más rápido. De hecho, por poner un ejemplo reciente, su última cinta ha tardado nada menos que un año en llegar a la cartelera norteamericana tras ser presentada en Cannes. Despacito, pero, sobre todo, con buena letra. Gray ha logrado convertirse en uno de los directores estadounidenses más respetados por la crítica (especialmente la europea) con sus historias de género (es el policiaco el que más lo ha caracterizado), clásicas (y por ello, en esta época que nos ocupa, modernas) y cocidas a fuego lento (una media de casi 5 años entre película y película). La filmografía del neoyorquino de origen judío-ruso (sus orígenes juegan un papel crucial en todas sus obras) es corta pero ya completamente irrefutable: desde la épica familiar de Cuestión de sangre (Little Odessa) hasta el encendido romance de Two Lovers, desde las sagas criminales de La otra cara del crimen y La noche es nuestra hasta el primoroso melodrama de El sueño de Ellis (o mejor, The Immigrant). Sus trabajos ya pueden ser objeto de exhaustivos estudios cinematográficos, casi a la imagen de sus maestros predecesores. Gray es un agente que va por libre, que se dedica a mirar hacia la tradición cinematográfica estadounidense para, a partir de ahí, crear su propia visión; algo así como lo que Michael Cimino, Martin Scorsese o Francis Ford Coppola hicieron en su época. El cuidado de su pulso, la profundidad de sus historias y el liricismo de sus imágenes hacen de sus obras puras experiencias cinemáticas, inmaculadas, elegantes y parsimoniosas; cisnes que nadan en las aguas revueltas consiguiendo mantener su solemnidad intacta.

Cuestión de sangre (Little Odessa) (1994)

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El golpe en la mesa que el joven Gray (¡con solo 24 años!) dio en Venecia en 1994 aún resuena en los oídos de muchos, por potente, certero e inesperado. Cuestión de sangre (originalmente, Little Odessa) es un relato sobre una familia ligada a la mafia, a medio camino entre la furia y el silencio, todo en ese mismo golpe. La historia de Joshua (Tim Roth), un sicario que vuelve al barrio que lo vio crecer, para reencontrarse, o casi, con su hermano pequeño (Edward Furlong) y sus padres (la madre, Vanessa Redgrave). Los ajustes de cuentas del pasado, el presente y el futuro se interponen en el camino de ambos hermanos, hasta poner a ambos en el punto de no retorno, ese en el que los destinos demuestran estar muy lejos de sus manos. El ojo de Gray impregna la historia tanto de una negrura clásica como de cierta luminosidad moderna (a la luz del Coppola de El padrino y el Cimino de La puerta del cielo), moviéndose entre ella como una brisa fría, lenta y silenciosa.

La otra cara del crimen (2000)

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Gray siguió la senda entre los dramas criminales y familiares con su segunda película, La otra cara del crimen (o mejor, The Yards). En ella, lo que podría parecer a simple vista una historia de mafia y crimen se vuelve una intensa disección de la moral y la ética humana, a través de poner contra las cuerdas a sus personajes principales en un mundo de sobornos, trapicheos, delitos, asesinatos y detenciones. Las vías ferroviarias de Queens y las compañías que las controlan envuelven a Leo (Mark Wahlberg), que sale de la cárcel para intentar retomar su vida, Willie (Joaquin Phoenix, en la que sería la primera de sus colaboraciones con Gray), responsable de las corruptelas del negocio, y el crimen que enfrenta a ambos con su destino. La repercusión en su familia (en la que está Charlize Theron, Ellen Burstyn o Faye Dunaway) adquiere incluso mayor importancia que los actos delictivos: el ambiente se vuelve denso, oscuro y asfixiante, otorgándole la textura de una tragedia claustrofóbica, en la que la fuerza cinematográfica de Gray ya se puede observar en todo su esplendor.

La noche es nuestra (2007)

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La noche es nuestra se puede entender como el paso de Gray más allá de sus dos primeras películas, hacia una mayor concepción del género, en este caso, policiaco. Nos explicamos: la dimensión trágica del drama familiar de su dos primeras obras llega aquí a ponerse al mismo nivel que la precisión quirúrgica y frenética del thriller de policías. La noche es nuestra se aventura entre el bien, el mal y sus relaciones directas a través de dos antagonistas: los hermanos Grusinsky, uno (Phoenix), el dueño de un local nocturno con amplias conexiones con la mafia rusa, y otro (Wahlberg), un capitán de policía encargado de acabar con ella. El nervio de Gray mantiene la tensión de una cinta de acción, seria, oscura y continuamente en movimiento (con, por ejemplo, la persecución en coche que debe al William Friedkin de The French Connection) al mismo nivel que los dilemas sentimentales de una familia (formada también por Robert Duvall y Eva Mendes) que se ve condenada a la sombra. Una tragedia griega al son de los tiroteos. 

Two Lovers (2008)

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La pregunta era la siguiente: ¿cómo filmaría el solemne, grave y oscuro Gray un drama romántico? La respuesta fue Two Lovers, uno de los más emocionantes, maduros y exigentes dramas románticos que ha dado el cine norteamericano reciente. Sobre el personaje de un joven psicológicamente inestable (otra vez Phoenix, en su última interpretación pre-I’m Still Here) y sus tribulaciones, pivotan la joven (Vinessa Shaw) con la que sus padres (la madre, Isabella Rossellini) quieren que se case y la nueva vecina que lo intriga y atrae (Gwyneth Paltrow). La distancia entre los dos (o tres) amantes es rodada por Gray con el mismo pulso con el que rodó hasta ahora los enfrentamientos, los tiroteos y los demás dilemas de sus criminales… solo que en Two Lovers no hay balas, sino miradas, no hay muertes, sino relaciones que se acaban, no hay traiciones, sino amores (problemáticos). La historia de un triángulo amoroso que podría haber sido una más se antoja única y casi, también, épica.

El sueño de Ellis (The Immigrant) (2013)

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El otro género clásico, tampoco tan lejos del noir como parece (en ambos los sentimientos, sean negros o de otro color, infiltran la pantalla), el melodrama, es el que Gray elige para acercarse a otro lugar común de la historia cinematográfica. La inmigración al nuevo continente que Sergio Leone, Elia Kazan o, claro, Coppola, retrataron se ponen de nuevo al día en El sueño de Ellis (o The Immigrant), con el mismo resplandor majestuoso. La idea es seguir a una inmigrante polaca (Marion Cotillard) en su intento por llegar a la tierra prometida, más allá de la Estatua de la Libertad, en donde su familia lejana la repudiará por supuesta indecorosa y en donde se ve envuelta entre la realidad del negocio de mujeres de compañía, a través de un misterioso hombre (Phoenix) que la rescata en el limbo de la isla de Ellis, y la posibilidad de una vía de escape a través de un ilusionista (Jeremy Renner). El sueño de Ellis se detiene en eso, en el limbo, en el sueño de una mujer que no puede conseguir lo que ansía: la libertad. El melodrama de Gray también se detiene ahí, en sus ojos siempre brillantes (y siempre perfectos, los de Cotillard), encuadrando las emociones, congelándolas y recitándolas, como da buena cuenta su glorioso plano final.

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